Es decir, el perfeccionismo nos lleva a que cuando iniciamos una acción, un trabajo, nunca estemos suficientemente contentos con el resultado obtenido.
La perfección no es buena, no nos aporta beneficios, todo lo contrario, nos perjudica tanto mental como físicamente.
Una persona con síndrome perfeccionista suele ser muy dura consigo misma, y la perfección lo único que consigue es que su inseguridad incremente y empiece, por tanto, a crearse un círculo vicioso, ya que cuanto más perfeccionista nos vamos convirtiendo, nuestra inseguridad también incrementa, y por tanto hace que para suplir esa inseguridad intentemos que nuestra acción, nuestro trabajo, sea lo más perfecto posible, pero para nosotros nunca será lo suficientemente perfecto, y ello nos provocará una angustia mental que también conllevará un reflejo a nivel físico.
La persona se sentirá frustrada, angustiada y cada vez más insegura y se irá haciendo más y más pequeña. Además del reflejo a nivel físico que todo ello nos va a comportar.
El síndrome perfeccionista normalmente afecta a los diferentes aspectos de la vida de la persona, tanto al laboral, como al personal.
Una persona perfeccionista lo suele ser desde su infancia, por lo que es muy importante que enseñemos a los más pequeños a aceptar que todos nos equivocamos, que el perfeccionismo no es bueno, y a ayudarlos a desarrollar su autoestima, para que cuando sean mayores tengan una buena base, que sean capaces de conseguir una auto aceptación, que les permita vivir su vida tanto personal, como laboral, plenamente y lo mejor posible, aceptando las equivocaciones, y observándolas como lo que son, es decir, simples experiencias que nos permiten avanzar.